El puñal de la verdad: Con el corazón helado y la consciencia presente sigo el hilo que me lleva a la herida de abandono, a la de rechazo, a la de humillación.

Primero sentí el cuchillo clavarse en la tripa y luego una oleada de calor me trepó por el esternón hasta llegar a la garganta. Las sienes empezaron a palpitar y el mundo se sumió en un silencio de ultratumba. Un tiro a bocajarro, aquella flecha había acertado en el centro del corazón. Cuando me di cuenta de lo que me estaba pasando, se retiró el calor dejando paso a un frío inhumano. Se me helaron el cuerpo, la sístole, la diástole, la sonrisa y el alma. Me quedé seca, ciega y muda como un desierto de indiferencia. Con el modo supervivencia activado, sentí el desapego severo que debía ayudarme a respirar y a separarme emocionalmente del perpetrador. Porque así concibo el mundo: amigos y enemigos, no hay medias tintas, punto. En mi concepción de la realidad las mujeres son de Marte y los hombres de Venus.

La voz, mi antigua en-amiga y salvadora, apareció sibilina fruto de mi neura «¿Ves como no te puedes fiar de nadie?, ¿Ves como todo el mundo termina hiriendo?». Desconfiar, desconfiar y desconfiar nuevamente de todos y muy en particular de uno mismo. Me estaba protegiendo, esta vez lo comprendí. Estaba protegiendo a esa niña que siempre se sintió comparada y nunca elegida porque las demás eran más bonitas. Y sobre todo, mamá nunca la eligió a ella, sino a su hermanito que era más alto, guapo, rubio, esbelto. Era un querubín y aquella niña se quedó en simpática y poco más. En el fondo del vaso yacía el dolor de un abandono en potencia. Temía que la balanza se decantara por otra en cualquier momento. Ante tal peligro, corto cabezas antes de que me degüellen a mí, ley de la jungla.

Lo tenía que superar. No le permití seguir envenenandome el cerebro. Le di las gracias y le dije que todavía no estaba comprobado. Ella me replicó que estaba cayendo en el mismo patrón de siempre, excusar, excusar y excusar. Tratar siempre de comprender pasando por alto mi decepción:»¿Tú habrías hecho lo mismo? No, ¿verdad?».

La desterré quedándome a solas con el frío y con aquella persona que mi mente había pasado al bando del enemigo. Sentí cómo me iba transformando en un carámbano de hielo y ya no tenía fuerzas para dar un paso más. La metamorfósis estaba fuera de mi control. No podía no sentirme lejos de allí, no sabía volver a mi centro. Estaba sangrando y no quería que me viese herida porque «yo soy fuerte y puedo con todo», pero lo cierto es que me sentí desprotegida, acorralada con unas rabiosas ganas de llorar y de salir corriendo abochornada. Quería largarme de allí y no volver jamás, huir de mí, evitar confrontar la verdad que cada vez era más palpable. El boquete se dibujaba con mayor precisión y más clara era la comprensión.

Estaba enfadada conmigo, me odiaba por ser tan hipersensible con las palabras, por estar tan abollada, por ser tan jodidamente críptica y no saber decir «me duele aquí. Esto que ha pasado me duele.» En vez de esto, me encapsulé, aunque menos que de costumbre y sentí el resentimiento perlarme el corazón. No quería ser así, rechazaba esa parte de mí, pero estaba conmigo y era para toda la vida, así que o aprendía a quererla y a cuidarla o íbamos a jodernos mutuamente la vida.

Por la noche saltó la liebre, a oscuras, donde la vergüenza no afloraba con tanta evidencia.

«Me dolió porque sentí que no soy suficientemente nada». Al día siguiente quise reventarme la panza hasta vomitar, me odiaba y el hueco era tan hondo que no sabía cómo cerrarlo.

5 comentarios en “El puñal de la verdad: Con el corazón helado y la consciencia presente sigo el hilo que me lleva a la herida de abandono, a la de rechazo, a la de humillación.

  1. beauseant dice:

    Una buena entrada y muy visceral, como casi todo lo tuyo 🙂 Siempre acabas tirando de entrañas.

    Desconfiar, desconfiar y desconfiar nuevamente de todos y muy en particular de uno mismo… ese ha sido mi mantra mucho tiempo y no me ha llevado a ningún lado, ningún lugar agradable, quiero decir. Te acabas haciendo muy pequeña y puedes acabar por asfixiarte… aunque duela, toca confiar. Toca confiar incluso cuando sabes que es mentira.

    Me gusta

Deja un comentario