Exploración de la intensidad en el eneatipo 4 sexual: Origen y formación del carácter,¿Cómo puedo darme cuenta de la intensidad?, ¿Qué me da y qué me quita?

No me había dado cuenta todavía de lo que realmente significa «intensidad» porque cuando se habla de vehemencia en este eneatipo siempre lo he asociado únicamente a la emoción. He descubierto que no es así y que el ímpetu puede hallarse en cualquier impulso sea del ámbito que sea.

La intensidad se vive en cualquier acto cotidiano, en cualquier acción, en el relato, obviamente en la emoción y también en la cocina, en la decoración de la casa, en el vestir, en lo que sea por nimio que sea el detalle. Este apasionamiento provoca indefectiblemente pendular de un EXTREMO a otro. El hecho de viajar de una polaridad a otra provoca la pérdida de estabilidad y equilibrio interno.

Este arrebato inconsciente de los afectos al que llamo «espuma emocional» por estar formada de aire en su mayor parte, se ve desde fuera como una exageración, una locura transitoria o un engrosamiento que termina por endurecerse provocando una callosidad emocional. Se convierte en el automático de cada día.

La desmesura emocional, especialmente en el odio tan arraigado y profundo que sentía al más mínimo indicio de frustración (porque la vida ocurre como ocurre y no en función de mi voluntad), siempre me han quitado credibilidad. Si todo es motivo de enervamiento es que no hay rangos de prioridad y se acaba por pensar que la persona 4 acabará por montar un pollo sí o sí, lo cual es cierto.

Aprendí a ser temida y eso me otorgó una cierta seguridad y mucho orgullo. El poder infundir miedo (que no es poder sino legitimación del prójimo, es decir cesión del poder propio en favor de otro) y por ende respeto, no es algo baladí.

Me gustaba la sensación de ser temida, y ese espejismo de fortaleza hacía que los demás tuvieran que ir pisando huevos a mi alrededor, porque seamos sinceros, el 95% de la gente no sabe confrontar y se amedrenta ante cualquier muestra de tensión. En realidad, nunca he tenido poder sobre nadie, sino que ellos han cedido el suyo propio por miedo. Con el tiempo, desarrollé un termómetro interno medidor de egos. Al entrar en cualquier lugar, en milésimas de segundo sé percibir los egos escapistas, evitativos, temerosos y por lo tanto débiles y también sé ver a aquellos que, pareciendo fuertes, son en realidad espuma, como el mío.

Esa sensación de magnificencia es un arma de doble filo pues si por una parte me hizo sentir poderosa y grande, por otra parte fraguó en mí el autoconcepto de ser imposible de amar, de ser una persona «mala» de la que había que alejarse porque acabaría por romper a quien fuera que intentara acercarse a mí. Las creencias acerca de uno mismo pulsan en el inconsciente y, efecto Pigmalión de la profecía autocumplida, por doquier aparecía el sesgo de confirmación. Atraje a las vibraciones más bajas (por no usar descalificaciones hacia aquellos que se sintieron atraídos por mi campo magnético) y, la realidad como espejo de lo que había en mí, pude darme cuenta de que algo hacía yo para que acudieran toda suerte de personajes extraños (como poco).

Dos películas que me retrataron a mi propio personaje de las cuales pude extraer la esencia de mi ego:
– María Callas
– Coco avant Chanel

Puesto que el vigor es lo «normal» y vivo inmersa en él y desde él, se hace difícil percibirlo. Mi realidad es como la del pez que no sabe que está en el agua porque es su medio natural. Cada persona tiene su propio centro a partir del cual todo gira. El miedoso no sabe que lo es porque se vive desde el miedo, el que juzga, el avaro, el orgulloso, etc. Cada cual experimenta la realidad desde su propia limitación.
Es tan solo cuando empiezo a observar sin juzgar que me doy cuenta que mi trayectoria es un persistente derrape oscilando entre la creación y la destrucción constantes. No sé estar en el camino del medio porque desde ahí, la vida me parece insulsa, aburrida, normal, neutra, desaborida, etc.

Algunos ejemplos de cómo aparece la intensidad en mi día a día:

1. En la cocina abuso de los sabores aunque normalmente coma ligero, cuando se trata de hacer explotar el paladar... pues eso, la forma misma de expresión ya lo dice todo. Solía caer en los extremos opuestos, de la gran seca a la gran mojada. Periodos inhumanos de dieta a rajatabla para llegar a la extenuación e hincharme hasta reventar, recuperar lo perdido y más. No solo es el efecto «yo-yo» consecuencia de soltar la privación absoluta de comida (hasta llegar a los 4 días de «fasting» por estar de moda) que provoca la migración a la acera opuesta, sino un rasgo de carácter a tener en cuenta.

2. En el deporte lo mismo que anteriormente. Pasar de 0 a 100, reventarme las articulaciones, no saltarme ni un día por mis cojones hasta llegar al sentimiento de culpa por faltar a un entrenamiento. Y todo bien intenso y al fallo, sin descansos, 3 horas diarias dándolo todo. ¿Para qué? Para alimentar el «soy única».

3. La utilización de hipérboles y superlativos en la expresión personal tan propios del histrionismo. Solía no gustarme, de hecho odio (y aquí aparece el extremo, justo hablando de él…) el adjetivo indefinido «bastante» por ser neutro. Juro que cuando oigo el «bastante» en boca de alguien automáticamente la persona pierde TODA la admiración que le pudiera profesar. Así de loco es.
¿Te gusta el chocolate?
Bastante (Hola, no sé definirme y neutralizo la respuesta para no tener que tomar un bando)
La película ha sido bastante aburrida
¿Qué cojones significa que me gusta bastante el chocolate? O me gusta o no me gusta, o me gusta mucho o no me gusta.

4 Emocionalmente, por supuesto, la intensidad está presente como una constante y para aislarla y poder observarla he tardado 4 años. En el terreno de las emociones, tenía entendido que el 4 suele ser como Calimero, siempre triste, depresivo y nada más lejos de la realidad. De hecho, no me permito estar triste por asociar la tristeza a la vulnerabilidad y ésta a la debilidad y fragilidad.
La tristeza era una emoción suprimida protegida por la rabia, ira y odio. Mi frase favorita empezaba siempre por «Odio esto, aquello o lo de más allá» y no era consciente de ello porque uno vive desde la inconsciencia y como el pez en el agua. Igual que no me doy cuenta de cuándo respiro, es algo normal. El odio es algo normal, es carburante.

5. La decoración de mi casa es otro ejemplo. Parece un museo, cada pared es de diferente color, armonioso sí. Los detalles toman una envergadura pantagruélica (nótese el uso de superlativos), hay una mezcla de estilos entre clásico y barroco que le da un toque de sofisticación. La iluminación es importante, las tonalidades ocres contribuyen a construir «hogar». Cada mueble es de su madre y de su padre, todos son piezas únicas. «¿Ikea? ¡Qué horror!». Cada habitación tiene su propio aroma, etc etc etc. TODO MUY MUCHO.

Podría seguir con la retahíla de ejemplos y sería llover sobre mojado puesto que lo importante aquí es plasmar la manifestación de la intensidad para que se vea que no solo es a nivel emocional, sino a niveles mucho más sutiles por cotidianos.

ORIGEN DE LA INTENSIDAD:
Supongo que cada cual encontrará una serie de razones en la infancia. No importa el porqué pues el detectarlo podría llevarnos, como me pasó a mí, a cortarle la cabeza a mis padres, a vivir desde el verdugo, a culpar, y Dios sabe que la culpa es un instrumento de manipulación muy goloso puesto que con poco esfuerzo se logra mucho. Bastan algunas palabras capciosas para que el interlocutor sienta culpa puesto que vivimos rodeados de creencias judeo-cristianas.

Ahora veo que mis progenitores hicieron lo que pudieron con lo que tenían. Que no me faltó de nada excepto un soporte emocional que suele ser lo más importante para el niño.

No había tiempo para el drama y, sin embargo, sin drama no había resultados. Aprendí a liarla parda para que me vieran y lo que mejor funcionaba era, sin lugar a dudas, la rabia. A medida que fui creciendo la rabia se transformó en ira que, a su vez, se convirtió en odio. Un asco y odio anclados en lo más profundo de mi ser.

Todo esto son elucubraciones mías, tan solo dispongo de flashes de mi infancia aunque sé que mis padres estaban sobreocupados, vivíamos en un país extranjero y de mí se ocupaban mis abuelos (cuando podían) y los amigos de mis padres que también tenían hijos. Yo tenía entonces 3 años y desembarqué en un país en el que no hablaba el idioma, la casa era nueva, la gente era diferente y mis padres no estaban.

La sensación de soledad y desamparo se instaló para no dejarme jamás. La he ido acallando con acción, acción, acción y mucho odio. El odio guarda en el fondo un grito de amor desatendido.

De nuevo, recalco la importancia de no buscar el origen y de sobre explicar lo que pasó, no lo podremos saber nunca a ciencia cierta y tan solo servirá para no hacerse cargo de lo que acaece en el momento presente. Viajar al pasado es revivir el dolor y eso, en ciertos casos, crea adicción.

RECAPITULANDO

La intensidad me da una sensación ficticia de poder y de estar viviendo plenamente, de hacer que la vida valga la pena, de exprimir el momento hasta la extenuación. Exalta el ego, construye un personaje espumoso y quizás temido. La intensidad es carburante para la vida, «pasan cosas», me saca de un «aburrimiento» conceptual creado por mi mente, y por ende, falso.

La intensidad me quita equilibrio interno, credibilidad, cedo mi poder cuando se me lleva el apasionamiento, pierdo mi centro y soy fácilmente manipulable. La intensidad genera dependencia, soy una adicta.

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