Aceptación de la no aceptación, de la seguridad a la duda. Esta vez me veo el plumero.

Si me preguntan lo que me pasa, mi respuesta es siempre la misma: «nada» porque realmente siento que no me pasa nada. Hace tan sólo un par de años hubiese encontrado «algo» de lo que lamentarme pero en cambio ahora siempre es «nada». Es como si presenciar el último brote psicótico dramático de un «amigo» hace poco más de un año, hubiese ocasionado en mí una disociación. Sé que ese fue el punto en el cual empecé a ser espectadora de mi existencia especialmente en los momentos cúspide de fuerte demanda emotiva. En esa demanda se cortó el suministro energético de mi cuerpo. Descubrí que, para evitar la perturbación, no hay que identificarse con la escena. Sencillamente «la historia no va conmigo y punto». La neura siempre forma parte del otro y nadie debería pensar en que hay algo malo en el hecho de no sentirse parte de la obra.


Si no siento, no siento, ¿Cuál es el problema? ¿No era este acaso uno de los puntos fundamentales de la filosofía budista? Pues ahí está, es posible no sentir apego o deseo por nada. Lo que viene, bienvenido y lo que no, no pasa nada porque no hay nada proyectado más allá del día de hoy. Hay una hoja de ruta sí porque divagar por la vida tampoco es lo mío. Sin desear a toda costa algo, ciertamente existen escenarios apreciables hacia los cuales se pone rumbo, pero con tranquilidad, disfrutando de la travesía.

¿Dónde está la razón de este escrito? Más allá de la mera necesidad de escribir y compartir con la hoja en blanco esta pasividad activa que procura un estado de serenidad delicioso, existen, no obstante, pequeñas contracturas de la realidad pues ningún embalse deja de tener vida interior por muy calmadas que parezcan sus aguas.

La situación física está siendo complicada de gestionar pues desde hace un tiempo considerable sufro de dolor crónico de espalda. Desde una tensión insoportable que me arranca literalmente del sueño hasta diversas contracturas a nivel del cuello y cuyo dolor no ceja y va mudándose de una zona a otra. Tras haber consultado con un especialista, debido a la cronicidad de la situación, me ha sugerido que el dolor es una somatización de algo que no dejo salir, que no me permito sentir o lo que sea que fuere. En este punto y para solucionar lo antes posible la desavenencia, entra en juego la mente racional tratando de entender lo que acaece. En este preciso instante es cuando se lía todo y surge «EL PROBLEMA». Llamar de emergencia a la racionalidad es romper con la ataraxia, clarísimamente.

Y esto sigue de la siguiente manera:
Si tengo dolores es porque, a parte de que sea muy probable que me siente como una invertebrada en la silla y no tenga la más mínima conciencia corporal, me niego las emociones pues una parte de mí entendió en aquel momento de disociación que las emociones eran responsables de todo el sufrimiento. Después de investigar en el tipo de personalidad que me atañe, me doy cuenta de que, en efecto, la rabia e impulsividad los dirijo hacia mí y no hacia el exterior y que, por lo tanto, trago grandes cantidades de odio porque «está mal» dejarlo salir. Eso sería aceptar que sí siento rabia, odio, cólera, etc y que me opongo a que dichos impulsos me dominen y lucho contra ellos y me los trago y luego aparecen en forma de terribles contracturas que me dejan fuera de combate.
No niego el hecho de que, efectivamente, en algún punto del proceso vital me haya pasado, pero ¿Acaso estoy tan disociada que no siento ni siquiera la cabeza del alfiler de la rabia? Admitamos que sí, admitamos por un momento que soy incapaz de distinguir los achaques de rabia y, por lo tanto, tampoco sería capaz de sentir placer, amor, dolor, felicidad, lo cual no es cierto. Sigamos y digamos que sólo me dejo conquistar por las sensaciones placenteras y soy incapaz de dejar salir las negativas. A este estado de negación lo llamo «problema» y en este punto es donde empieza realmente «el problema» que no existiría si no pensara que hay algo malo en mí por «no sentir» nada (lo cual avanzo que no es verdad sólo que tengo los afectos muy bien calibrados)

«El problema» es que me han sugerido desde el exterior que me niego las sensaciones corporales negativas y yo me lo creo. El problema surge cuando me lo creo. Es evidente que si mi cuerpo tiene dolores, TIENE QUE HABER FORZOSAMENTE una respuesta de negación interna que no dejo salir. Acepto la hipótesis y de nuevo me embarco en una vorágine de preguntas, presunciones y juicios ajenos y propios que van saliendo a la luz y poco a poco me van debilitando hasta hacerme dudar de mí misma. La semilla del mal que esta vez no puede plantarse de nuevo.
«parezco un carámbano de hielo por no sentir lo que el otro está sintiendo», «hay algo malo en mí porque no siento lo que se supone que tendría que estar sintiendo», «no sientes miedo, no es normal» «no sientes angustia vital, no es normal», «no sientes dolor, melancolía, tristeza pero tampoco exaltación, alegría, etc». No, no lo siento, sólo siento paz y armonía sin subdivisiones de tipo alguno. Para mí esto es la felicidad. «El problema» persiste porque la mente, el ego, dictamina y calibra lo que debería ser y en este caso «debería ser más humana, más empática, más sensible porque alguna vez lo fui, pero ya no lo soy más».

Siempre que asisto a una escena dramática de la vida real, me es imposible sentir el sufrimiento del otro porque he llegado a entender que una cosa es el dolor, inevitable, y la otra es el sufrimiento autoinfligido. Dicho sea de paso, empatizar es comprender el dolor del otro, no sentirlo, cuidado con los términos tergiversados socialmente. Empatizar, entonces, empatizo porque en algún punto de mi existencia estuve allí, pero no siento nada dentro de mí pues cada uno es responsable de la gestión de sus emociones. Siento sólo el inmenso y profundo deseo de que termine la escena y vuelva la cordura y la tranquilidad. No me gusta alargar lo innecesario, la agonía, igual que tengo alergia a los bucles mentales que no accionan sino que promueven la procrastinación, el onanismo mental y por lo tanto la pérdida de tiempo.

De vez en cuando tengo mi bajada dramática y sí, me gusta que me comprendan lo que pasa que, con el tiempo, no he sentido la necesidad de compartir mis pequeñas caídas. A veces ocurre, a veces comparto, pero ¿Lo necesito? ¿Necesito compartir estos momentos con alguien? A veces pienso que sí y luego que no porque los momentos en los que me siento baja son mínimos. Hay en mí una fuerza torrencial que se desata y me empuja hacia delante sin echar la vista atrás, sin necesidad de desempolvar aquello que fue. Echar de menos, sí, a veces, melancolía, mirada retrospectiva hacia el ideal, la proyección de un pasado que nunca más volverá, personas con las que no volveré a cruzarme, pero ¿De qué sirve la rememoración o el perderse en el pasado? De nada, los viajes al pasado no sirven de nada, sólo promueven la añoranza y por lo tanto nos hacen revivir sensaciones placenteras en las que algunos se pierden. Ni siquiera son reales, sólo son momentos que pensamos que existieron, pero no tiene porqué ser así. Nuestro recuerdo puede estar alterado, de hecho lo está. Las vivencias son subjetivas y por ello la memoria también lo es. Lo que nos hace sufrir no son los hechos sino la historia que nos contamos a nosotros mismos sobre los hechos. Nuestro diálogo interno, nuestras creencias, nuestra identidad «yo soy esto y no aquello», todo esto forma parte de la mente no de la experiencia en sí. Cuando uno está en la vivencia del momento sencillamente no es consciente de sentir nada, solamente cuando se «toma conciencia» de la emoción, cuando se categoriza, cuando la mente la etiqueta entonces se pone en marcha todo el mecanismo del ego, de identificación, de separación y de alienación.

Mi mayor escisión siempre es la misma. Aceptación plena y amor universal, ese es el sentido de la vida, sí, en todo caso para mí. La trascendencia absoluta que tiene que llevarnos de vuelta a formar nuevamente parte del cosmos sin que hayan barreras mentales, sin que seamos nosotros «yo» pero sí que seamos y punto. Y luego están las situaciones y personas con las que nos cruzamos en este curso vital y que decidimos dejar atrás porque no nos convienen. Si el amor es universal entonces ¿Por qué tal o cual persona no te conviene? ¿No deberías ser capaz de amar a cualquiera y estar con cualquiera? He aquí el punto que causa la escisión entre el cuerpo y la mente. Por un lado sí, mentalmente se comprende la posibilidad de amar a toda la humanidad, con sus defectos (que también son y han sido los míos). Se entiende la debilidad, la falta de seguridad, la humillación, el orgullo y el prejuicio, etc. «yo también». Por otro lado, a pesar del amor que uno pueda llegar a sentir por el prójimo, no es capaz de mantener una relación con esta persona. Es sencillamente incompatible con el momento actual por el que se está pasando y uno no se ve capacitado para responder a las demandas de la otra persona.

He aquí un punto devastador y una de las piedras angulares de mis diatribas: «No acepto que no acepto al prójimo con sus diferencias». Tan limpia y llanamente. Aquí lo dejo. NO ACEPTO para mí. Que cada uno haga lo que quiera, pero esto para mí NO. ¿Y qué? Pues que con la idea de aceptación universal y trascendencia absoluta hemos topado. LA IDEA, EL CONCEPTO, otra vez lo mismo de siempre.
El cambio real aparecerá cuando acepte que NO ACEPTO. Cuando acepte que no acepto dejará de haber esta fuerte tensión que me mantiene entre dos tierras que, para mí, son contrarias. Y no pasa nada, es coherente ser incoherente o sencillamente hay que abrazar esta parte de incoherencia de uno mismo sin hacer de ella el motivo de búsqueda desasosegada del porqué del cómo. Déjate vivir un poco y todo se pondrá en su sitio solo. Acepta que no aceptas y eso será la verdadera aceptación, la salvadora, la que te liberará del dolor que llevas acarreando desde siempre y que va tomando formas distintas.

O es blanco y amas y aceptas a todo el mundo o, de lo contrario, eres puro ego y quien no se adapte a tu manera, a tus exigencias mínimas, a tus requisitos, no servirá. ¿Y si ni lo uno ni lo otro? Y si el amor universal estuviera separado del mundo de la pareja y nosotros hayamos hecho una mezcla explosiva de conceptos que, tan sencillamente, no se conjugan entre sí. Habría quizás que aceptar que nos hemos equivocado cimentando las bases conceptuales del amor. Amor universal sería quizás esta paz interior y su aceptación. ¿Por qué tendría que sentir desazón al no sentir precisamente ninguna desazón? Es ridículo como uno mismo sabotea su propio bienestar pensando que este bienestar tiene que ser algo malo porque, en comparación con otros, no se está sintiendo suficiente o no se está siendo aquello o diciendo lo de más allá, SUMA Y SIGUE.

Si me levanto cada día estable, limpia por dentro, tranquila, sin altibajos emocionales, sin rencores, sin ambiciones, sin pasado, sin futuro, ¿Entonces qué pasa? ¿Tengo que tener una desviación por ello? Si todo el mundo está neurótico y la mayor parte se cae en el agujero de su ombligo y no sabe salir por su propio pie, si uno es incapaz de tener una perspectiva de sí mismo mismos desde la azotea, ¿Soy yo la que está rota, la que tiene un problema, la que debe subir constantemente a verse desde lo alto?

Si vivo y dejo vivir, si sencillamente no acepto mierda de los demás, si no quiero ser la psicóloga de nadie, ni quiero que me usen como saco de los golpes o como cubo de la basura para las proyecciones mentales de cosas que ellos tienen irresolutas por dentro ¿Soy yo la que está siendo cruel y despiadada?

«Lo que está ocurriendo no tiene nada que ver conmigo, esta es la historia de esta persona con su ego, con sus mierdas personales las cuales se proyectan en ti porque le haces de espejo, pero no tiene nada que ver contigo.»


Puedo decir que la rabia que llegaba a provocarme la ofensa ya no la siento, nunca. Siento rabia en momentos puntuales cuando en ciertas situaciones me dejo llevar hasta los confines de mis límites, aquellos puntos que no estaba dispuesta a cruzar y que, sin embargo, me veo cruzando nuevamente. Estoy furiosa contra mí pero lo proyecto en el prójimo culpándole a él de mi situación actual pero, en realidad, yo soy la responsable de haber ido hasta esos » por aquí, nunca más». Mi emoción problemática sigue siendo la ira que tantas veces me salvó la vida y que se desata cuando la situación se desborda y siento que me están tocando demasiado los cojones. «Yo no vine a este mundo para sufrir, ni a aguantar a nadie, que cada uno se aguante solo igual que yo me aguanto sola.» . Vuelta al diálogo conmigo misma culpando al otro de mi momento de mierda.
Que no, que si estás en esa situación es porque tú solita te has metido, el otro no tiene nada que ver con esto, él está en su agujero haciendo lo que tiene que hacer y tú tienes que hacer lo propio, salir de ahí pero ya.

¿Es el orgullo del ego? No es orgullo joder, es independencia y por lo tanto es libertad. No ser un perro faldero ni la puta de nadie es libertad. No tener que hacer favores porque un día me hicieron uno a mí, no deberle nada a nadie sino sencillamente hacer lo que se hace por «desinterés» o por el interés propio de hacerse bien a uno mismo haciendo el bien a los demás y no por necesidad de hacer bien a los demás. Es liberador. Ah sí, y cuidado con los «altruistas» o los «demasiado buenos» a veces lo demasiado positivo esconde una mierda mucho más pastosa que es la necesidad de aceptación de los demás y la baja autoestima. Por ahí también pasé a su debido momento.

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